¿Por qué matar la minería?

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El Perú es un país minero por excelencia, reconocido mundialmente por su carácter polimetálico. Poco más del 60% de las exportaciones peruanas, vale decir el ingreso efectivo de divisas, proviene de los productos mineros. No olvidemos que somos el primer productor latinoamericano de oro, zinc, estaño y plomo, además de tercer productor mundial de cobre y plata.

No obstante, la minería aporta solo el 14,4 % del PBI nacional que actualmente es de US$ 209.000 millones. Los servicios, la manufactura, la agricultura y otros, generan el 85,6% restante de nuestro producto anual. Pero es el sector que más tributa y genera más de 300 mil empleos directos y un millón entre indirectos y colaterales. ¿Por qué, entonces, hay grupos radicales que se empeñan en desaparecer la minería? Las cifras y conceptos fríos, los estudios de impacto ambiental, los beneficios directos e indirectos que hoy promueven las empresas mineras en el entorno social donde operan, muestran que la minería es el filón que el país requiere para seguir creciendo. ¿Quiénes están interesados en tirarse abajo la minería? ¿Por qué los Conga, los Tía María y otros en perspectiva? ¿No son acaso obra y gracia de elementos radicales, politicastros, ONGs y otros adláteres del mismo cuño? Los recientes conflictos en Islay (Arequipa) acaban de revelar la naturaleza nefasta y traidora de elementos que desean llevar agua a sus torvos molinos aún a costa de muertes y el empobrecimiento de mucha gente ajena a esos afanes. Revela también, dicho sea de paso, la debilidad de la autoridad central, es decir, del gobierno. Empresas y gobierno no supieron sembrar, primero, las bondades y beneficios que acarrearán los proyectos mineros.

No exhibieron fehacientemente los documentos técnicos que sustentan el respeto al ambiente, a las vertientes fluviales, etc. En Tía María no se dijo con suficiencia que no se utilizará para nada el agua de los ríos o pozos, sino que se recurrirá al agua del mar traída desde 25 kilómetros y tratada en una planta desalinizadora que costará 150 millones de dólares adicionales a la inversión inicial de US% 1.400 millones. Ese ámbito de incomunicación, esa falta de previsión del conflicto, atizaron el caldo de cultivo de los revoltosos entre quienes figuran elementos plenamente identificados como delincuentes y mercenarios del caos que operaron en Cajamarca, Junín, Ancash y hoy Arequipa. Los tenebrosos tentáculos de esa mafia antiminera apuntan también a la empobrecida región Apurímac, donde se yerguen muchos proyectos y prospectos de gran envergadura como Las Bambas, donde al final se invertirá más de US$ 10.000 millones. y relanzará a ese olvidado y desatendido departamento. Allí están también los prospectos de Colca y Jalaoca, listos para ser acometidos; asimismo los de Antabamba y Chalhuanca, para oro y cobre, que catapultarán a esa región hacia albores inimaginables de bienestar y crecimiento. Es cierto que antaño muchas empresas mineras explotaron riquezas sin ton ni son, sin respetar la vida y propiedades de los lugareños.

En esos tiempos no se hablaba de preservar el ambiente, de responsabilidad social de las empresas, etc. Hoy la cosa es distinta y las autoridades, siempre que no se corrompan, hacen respetar la normatividad existente. Finalmente, no debemos olvidar que la tecnología avanza inexorablemente. Muchas cosas naturales son sustituidas por sucedáneos que resultan más llevaderos y productivos. Con la minería sucederá otro tanto. Sin ir muy lejos, hoy mismo se produce oro en laboratorio, pero aún es caro; lo mismo pasa con el cobre. La triste resultante será dejar sin riquezas por explotar a las futuras generaciones de peruanos. Mientras unos cuantos descarriados quieren sepultar la minería para con eso cambiar el rumbo económico del país y cumplir con sus prosaicos empeños, solo estaremos sembrando miseria y caos.